viernes, 14 de marzo de 2014

Patricio Valdés Marín



Dentro del marco cultural contemporáneo, el objetivo propuesto es intentar establecer las bases teóricas de una teoría del conocimiento que llegue a explicar hasta la posibilidad del conocimiento trascendental a partir de los discursos de la filosofía y la ciencia cuando intentan dar respuesta al qué son, cómo son y por qué son el cerebro, la mente, la conciencia, el pensamiento y el conocimiento.

En la actualidad, podemos observar que, mientras la psicología filosófica y la epistemología tradicional se preocupan por la abstracción y la lógica para llegar a explicar la realidad y las ideas, pero sin preocupación alguna por los avances experimentales de la ciencia, la neurofisiología y la psicología experimental tratan directamente con las estructuras nerviosas y sus funciones psicológicas, dejando en un campo inaccesible para cualquiera las capacidades abstractas y lógicas del pensamiento humano, como si este campo fuera un objeto ajeno a su quehacer. Sólo quienes están interesados en la inteligencia artificial buscan conocer observando, experimentando y analizando dichas capacidades de la inteligencia de los seres humanos, que no saben aún definir ni describir.

No es extraño entonces que la filosofía tradicional se explaye sobre la razón y la idea sin hacer referencia alguna acerca de la fisiología del cerebro, donde la razón se encuentra justamente radicada, ni tampoco acerca de sus funciones psicológicas, entre las que se encuentran las cognoscitivas que generan las ideas. Tampoco es extraño comprobar que las ciencias que se ocupan de la psicología humana se hagan un embrollo cuando se refieren a sensaciones, percepciones, imágenes, ideas, emociones, sentimientos, instinto, intención, imaginación, discernimiento y otros productos psíquicos del cerebro que conforman la mente. Las distintas escuelas psicológicas están demasiado amarradas a sus orígenes que se encuentran en el positivismo inglés, en el idealismo alemán, en el dualismo cartesiano, en el pragmatismo norteamericano o en el materialismo marxista. Para unificar las preocupaciones de la filosofía y de la ciencia, es necesario utilizar las categorías de estructura y fuerza, función y escala, desarrolladas en mi libro La clave del universo (http://unihum3.blogspot.com). Dichas categorías provienen tanto del desdoblamiento de la noción del ser de la filosofía como de lo que tienen en común todas las cosas y fenómenos de los que trata la ciencia. Éstas permiten justamente hacer comprensible para la filosofía, en forma más completa y objetiva, la realidad del universo que la ciencia ha ido desvelando.

La complementariedad de la estructura y la fuerza explica la naturaleza de las cosas y, en último término, el ser; también explica la naturaleza del cerebro como órgano del pensamiento abstracto y racional, del aprendizaje y el conocimiento, de las emociones y los sentimientos, del instinto y la voluntad, esto es, la naturaleza del conocimiento, la afectividad y la efectividad. En resumen, la complementariedad es necesaria para explicar el objeto del conocimiento, el sujeto que conoce, siente y actúa, y la materia del conocimiento mismo, que afecta al sujeto y que el sujeto puede modificar. En la complementariedad no existe la dualidad espíritu-materia que ha sembrado tanto conflicto y confusión toda la historia de la filosofía y, en particular, de la epistemología. Todo el sistema del conocimiento pertenece a la única naturaleza de que está compuesto la totalidad del universo y que la complementariedad explica.

En nuestra exploración ingresaremos necesariamente dentro de un vasto y esquivo territorio que, en tanto ha estado tradicionalmente tan asociado al dominio espiritual, la ciencia lo encuentra inasible, y en tanto allí se efectúan todo tipo de experimentos, la filosofía tradicional no muestra mayor interés. En consecuencia, si queremos permanecer fieles al propósito de explicar la realidad del universo sin recurrir a principios de naturaleza espiritual ni quedarnos en meras conclusiones científicas inconexas y no comprometidas, no podremos soslayar este territorio que pertenece propiamente al dominio del pensamiento racional y abstracto, considerados tradicionalmente paradigmas de lo inmaterial.

Procuraré mostrar que ni el pensamiento conceptual ni la razón son espirituales, puesto que no es necesario asumir una razón de naturaleza espiritual para contener imágenes, ideas, conceptos, raciocinios, etc. Este punto tiene importancia, pues constituye el meollo de la divergencia actual entre los discursos de la ciencia y la filosofía tradicional. Incluso la distinción dualista no sólo no resuelve el problema, sino que lo agrava. Así, ese dualismo, al que adscriben algunos eminentes neurofisiólogos contemporáneos, a quienes podríamos denominar neocartesianos, para distinguir entre un cerebro material y una mente espiritual, no logra explicar la conexión entre ambas supuestas naturalezas tan radicalmente distintas. Parten de la suposición que el pensamiento junto con otras altas actividades que creen que son manifestaciones de una supuesta alma, deben ser algo espiritual.

Si la distinción entre mente y cerebro es resuelta por la dualidad espíritu-materia, se llega en una grave incoherencia que la neurología y la psicología no pueden aceptar sin caer en contradicciones insuperables. Esta distinción proviene exclusivamente de considerar con justicia al cerebro como una estructura fisiológica y a la mente como el conjunto de las funciones psicológicas de dicha estructura. Ya en 1874, el biólogo británico T. H. Huxley (1825-1895) escribía muy acertadamente, “las raíces de la psicología se encuentran en la fisiología del sistema nervioso, y lo que llamamos operaciones de la mente son funciones del cerebro.”

Pero la distinción se hace incoherente si los productos psíquicos de estas funciones psicológicas se identifican con lo inmaterial, es decir, lo no extenso, pues, por decir lo menos, resulta imposible establecer el punto de transición o la frontera entre lo material y lo espiritual, para no decir algo, si acaso se pudiera, sobre el tipo de causalidad entre ambas realidades tan radicalmente distintas. Así, pues, el producto psíquico es tan material como la electricidad. De hecho, es tanto eléctrico como químico. Algo similar ocurre con los bits de información que procesa una computadora, y que son análogos a los bits que procesa el cerebro, pues son de materia electromagnética.

Sin duda, la afirmación de que el pensamiento y la razón no son espirituales reviste una gran importancia, por cuanto nos impone una postura determinada frente al universo y sus cosas, entre las que forzosamente los seres humanos nos contaríamos. Nos obliga a explicar la esencia de los seres humanos como pertenecientes en su totalidad al universo de la materia y la energía y del espacio-tiempo, el mismo que alberga todas las cosas. Pero también explica que los humanos somos unos seres bastante especiales en este universo, pues podemos pensar acerca del universo y de nosotros mismos, comunicar lo pensado a otros seres humanos y hasta reconocer la exis­tencia de un ser que ha creado nuestro universo.

Con el propósito de responder a las preguntas qué, cómo y por qué conocemos que se formulan desde la teoría del conocimiento de la ciencia y de la epistemología de la filosofía (aunque ambos términos han sido utilizados indistintamente, puesto que son equivalentes: en griego, “episteme” significa conocimiento, y “logos”, teoría), debemos introducirnos e incursionar directamente en el mismo territorio del cerebro, de la mente, de la conciencia y del pensamiento.

Un sendero practicable para ingresar dentro de la maraña de datos, observaciones, investigaciones, experimentaciones, hipótesis, teorías y doctrinas del cómo y del por qué del cómo científico sobre esta importante materia es el análisis de la génesis del órgano del pensamiento, el cerebro humano, para luego estudiar su composición y funcionamiento. Ello nos permitirá desentrañar sus funciones psicológicas. De las más importantes, subrayaré las funciones cognoscitivas, cuyos productos psíquicos se resuelven finalmente en las relaciones ontológicas, causales y lógicas que generan nuestro conocimiento abstracto.

El punto decisivo que es conveniente resumir es que, oponiéndose a la realidad de multiplicidad de cosas individuales y mutables que existe concretamente fuera de la subjetividad de nuestra mente, se encuentra nuestro muy amplio mundo conceptual surgido del conocimiento a partir de nuestra experiencia, la que resulta de nuestra confrontación con justamente dicha realidad. Este mundo conceptual personal se ha ido estructurando en relaciones ontológicas cada vez más abstractas y universales. Que este mundo conceptual pueda referirse al mundo real que todos compartimos de debe a la veracidad de nuestro contenidos de conciencia, es decir, a nuestro propio esfuerzo crítico que busca la correspondencia entre estos contenidos subjetivos y los objetos reales. Que estos contenidos, por naturaleza abstractos, se refieran a objetos concretos se debe a un ordenamiento que ocurre entre los objetos reales y que nuestro intelecto puede conocer.

Señalamos que nuestro intelecto puede conocer o efectuar tres tipos distintos de relaciones: ontológicas, lógicas y causales. Estas relaciones son estructuras de una escala mayor que las representaciones más concretas e individuales y posibilitan representaciones más universales y abstractas. Entonces, nuestro pensamiento racional y abstracto es posible porque la realidad está compuesta por cosas que pueden ser relacionadas lógica y fenomenológicamente. También las mismas cosas de la realidad se relacionan causalmente de modo determinista, según leyes universales que nosotros podemos descubrir. Todo esto permite que nosotros, seres humanos, podamos tener una comprensión de esta realidad infinitamente más allá de lo que en principio percibimos o que perciben e imaginan los animales con sus propias capacidades cognitivas.


Notas:
Este ensayo, ubicado en http://unihum4I.blogspot,com/,  corresponde a la “Introducción”, del Libro IV, La llama de la mente (ref. http://unihum4.blogspot.com/).