Patricio Valdés Marín
Dentro del marco cultural contemporáneo, el objetivo
propuesto es intentar establecer las bases teóricas de una teoría del
conocimiento que llegue a explicar hasta la posibilidad del conocimiento
trascendental a partir de los discursos de la filosofía y la ciencia cuando
intentan dar respuesta al qué son, cómo son y por qué son el cerebro, la mente,
la conciencia, el pensamiento y el conocimiento.
En la actualidad, podemos observar que, mientras la
psicología filosófica y la epistemología tradicional se preocupan por la
abstracción y la lógica para llegar a explicar la realidad y las ideas, pero
sin preocupación alguna por los avances experimentales de la ciencia, la
neurofisiología y la psicología experimental tratan directamente con las
estructuras nerviosas y sus funciones psicológicas, dejando en un campo
inaccesible para cualquiera las capacidades abstractas y lógicas del
pensamiento humano, como si este campo fuera un objeto ajeno a su quehacer.
Sólo quienes están interesados en la inteligencia artificial buscan conocer
observando, experimentando y analizando dichas capacidades de la inteligencia
de los seres humanos, que no saben aún definir ni describir.
No es extraño entonces que la filosofía tradicional se
explaye sobre la razón y la idea sin hacer referencia alguna acerca de la
fisiología del cerebro, donde la razón se encuentra justamente radicada, ni
tampoco acerca de sus funciones psicológicas, entre las que se encuentran las
cognoscitivas que generan las ideas. Tampoco es extraño comprobar que las
ciencias que se ocupan de la psicología humana se hagan un embrollo cuando se
refieren a sensaciones, percepciones, imágenes, ideas, emociones, sentimientos,
instinto, intención, imaginación, discernimiento y otros productos psíquicos
del cerebro que conforman la mente. Las distintas escuelas psicológicas están
demasiado amarradas a sus orígenes que se encuentran en el positivismo inglés,
en el idealismo alemán, en el dualismo cartesiano, en el pragmatismo
norteamericano o en el materialismo marxista. Para unificar las preocupaciones
de la filosofía y de la ciencia, es necesario utilizar las categorías de
estructura y fuerza, función y escala, desarrolladas en mi libro La clave del universo (http://unihum3.blogspot.com).
Dichas categorías provienen tanto del desdoblamiento de la noción del ser de la
filosofía como de lo que tienen en común todas las cosas y fenómenos de los que
trata la ciencia. Éstas permiten justamente hacer comprensible para la
filosofía, en forma más completa y objetiva, la realidad del universo que la
ciencia ha ido desvelando.
La complementariedad de la estructura y la fuerza
explica la naturaleza de las cosas y, en último término, el ser; también
explica la naturaleza del cerebro como órgano del pensamiento abstracto y
racional, del aprendizaje y el conocimiento, de las emociones y los
sentimientos, del instinto y la voluntad, esto es, la naturaleza del
conocimiento, la afectividad y la efectividad. En resumen, la complementariedad
es necesaria para explicar el objeto del conocimiento, el sujeto que conoce,
siente y actúa, y la materia del conocimiento mismo, que afecta al sujeto y que
el sujeto puede modificar. En la complementariedad no existe la dualidad
espíritu-materia que ha sembrado tanto conflicto y confusión toda la historia
de la filosofía y, en particular, de la epistemología. Todo el sistema del
conocimiento pertenece a la única naturaleza de que está compuesto la totalidad
del universo y que la complementariedad explica.
En nuestra exploración ingresaremos necesariamente
dentro de un vasto y esquivo territorio que, en tanto ha estado
tradicionalmente tan asociado al dominio espiritual, la ciencia lo encuentra
inasible, y en tanto allí se efectúan todo tipo de experimentos, la filosofía
tradicional no muestra mayor interés. En consecuencia, si queremos permanecer
fieles al propósito de explicar la realidad del universo sin recurrir a
principios de naturaleza espiritual ni quedarnos en meras conclusiones
científicas inconexas y no comprometidas, no podremos soslayar este territorio
que pertenece propiamente al dominio del pensamiento racional y abstracto,
considerados tradicionalmente paradigmas de lo inmaterial.
Procuraré mostrar que ni el pensamiento conceptual ni
la razón son espirituales, puesto que no es necesario asumir una razón de
naturaleza espiritual para contener imágenes, ideas, conceptos, raciocinios,
etc. Este punto tiene importancia, pues constituye el meollo de la divergencia
actual entre los discursos de la ciencia y la filosofía tradicional. Incluso la
distinción dualista no sólo no resuelve el problema, sino que lo agrava. Así,
ese dualismo, al que adscriben algunos eminentes neurofisiólogos
contemporáneos, a quienes podríamos denominar neocartesianos, para distinguir
entre un cerebro material y una mente espiritual, no logra explicar la conexión
entre ambas supuestas naturalezas tan radicalmente distintas. Parten de la
suposición que el pensamiento junto con otras altas actividades que creen que
son manifestaciones de una supuesta alma, deben ser algo espiritual.
Si la distinción entre mente y cerebro es resuelta por
la dualidad espíritu-materia, se llega en una grave incoherencia que la
neurología y la psicología no pueden aceptar sin caer en contradicciones
insuperables. Esta distinción proviene exclusivamente de considerar con
justicia al cerebro como una estructura fisiológica y a la mente como el
conjunto de las funciones psicológicas de dicha estructura. Ya en 1874, el
biólogo británico T. H. Huxley (1825-1895) escribía muy acertadamente, “las
raíces de la psicología se encuentran en la fisiología del sistema nervioso, y
lo que llamamos operaciones de la mente son funciones del cerebro.”
Pero la distinción se hace incoherente si los productos
psíquicos de estas funciones psicológicas se identifican con lo inmaterial, es
decir, lo no extenso, pues, por decir lo menos, resulta imposible establecer el
punto de transición o la frontera entre lo material y lo espiritual, para no
decir algo, si acaso se pudiera, sobre el tipo de causalidad entre ambas
realidades tan radicalmente distintas. Así, pues, el producto psíquico es tan
material como la electricidad. De hecho, es tanto eléctrico como químico. Algo
similar ocurre con los bits de información que procesa una computadora, y que
son análogos a los bits que procesa el cerebro, pues son de materia
electromagnética.
Sin duda, la afirmación de que el pensamiento y la
razón no son espirituales reviste una gran importancia, por cuanto nos impone
una postura determinada frente al universo y sus cosas, entre las que
forzosamente los seres humanos nos contaríamos. Nos obliga a explicar la
esencia de los seres humanos como pertenecientes en su totalidad al universo de
la materia y la energía y del espacio-tiempo, el mismo que alberga todas las
cosas. Pero también explica que los humanos somos unos seres bastante
especiales en este universo, pues podemos pensar acerca del universo y de
nosotros mismos, comunicar lo pensado a otros seres humanos y hasta reconocer
la existencia de un ser que ha creado nuestro universo.
Con el propósito de responder a las preguntas qué, cómo
y por qué conocemos que se formulan desde la teoría del conocimiento de la
ciencia y de la epistemología de la filosofía (aunque ambos términos han sido
utilizados indistintamente, puesto que son equivalentes: en griego, “episteme”
significa conocimiento, y “logos”, teoría), debemos introducirnos e incursionar
directamente en el mismo territorio del cerebro, de la mente, de la conciencia
y del pensamiento.
Un sendero practicable para ingresar dentro de la
maraña de datos, observaciones, investigaciones, experimentaciones, hipótesis,
teorías y doctrinas del cómo y del por qué del cómo científico sobre esta
importante materia es el análisis de la génesis del órgano del pensamiento, el
cerebro humano, para luego estudiar su composición y funcionamiento. Ello nos
permitirá desentrañar sus funciones psicológicas. De las más importantes,
subrayaré las funciones cognoscitivas, cuyos productos psíquicos se resuelven
finalmente en las relaciones ontológicas, causales y lógicas que generan
nuestro conocimiento abstracto.
El punto decisivo que es conveniente resumir es que,
oponiéndose a la realidad de multiplicidad de cosas individuales y mutables que
existe concretamente fuera de la subjetividad de nuestra mente, se encuentra
nuestro muy amplio mundo conceptual surgido del conocimiento a partir de
nuestra experiencia, la que resulta de nuestra confrontación con justamente
dicha realidad. Este mundo conceptual personal se ha ido estructurando en
relaciones ontológicas cada vez más abstractas y universales. Que este mundo
conceptual pueda referirse al mundo real que todos compartimos de debe a la
veracidad de nuestro contenidos de conciencia, es decir, a nuestro propio
esfuerzo crítico que busca la correspondencia entre estos contenidos subjetivos
y los objetos reales. Que estos contenidos, por naturaleza abstractos, se
refieran a objetos concretos se debe a un ordenamiento que ocurre entre los
objetos reales y que nuestro intelecto puede conocer.
Señalamos que nuestro intelecto puede conocer o
efectuar tres tipos distintos de relaciones: ontológicas, lógicas y causales.
Estas relaciones son estructuras de una escala mayor que las representaciones
más concretas e individuales y posibilitan representaciones más universales y
abstractas. Entonces, nuestro pensamiento racional y abstracto es posible
porque la realidad está compuesta por cosas que pueden ser relacionadas lógica
y fenomenológicamente. También las mismas cosas de la realidad se relacionan
causalmente de modo determinista, según leyes universales que nosotros podemos
descubrir. Todo esto permite que nosotros, seres humanos, podamos tener una
comprensión de esta realidad infinitamente más allá de lo que en principio
percibimos o que perciben e imaginan los animales con sus propias capacidades
cognitivas.
Notas:
Este ensayo, ubicado en http://unihum4I.blogspot,com/, corresponde a la “Introducción”, del Libro IV,
La llama de la mente (ref. http://unihum4.blogspot.com/).